Día 7: Frías - Betarres
Fecha: 03/08/2003
Distancia aproximada: 35 Km.
El montañero de Palencia se fue al alba sin hacer ruido. Para cuando nos levantamos nosotros son las siete de la mañana, pero entre “ponte bien y estate quieta” no salimos hasta las nueve.
De nuevo en busca de la línea recta norte nos dirigimos a Quintanamaría. La misma bella estampa que nos recibió, nos despide. Atrás queda Frías con las montañas como telón de fondo.
Mientras caminamos, comentamos un sinfín de cosas que nos alegran la marcha. Es Domingo, pero a nosotros “lo mismo nos da entre semana que a diario”. Al resto de la gente no.
Casi sin darnos cuenta pasamos Quintanamaría, que se queda a la derecha, después Lozares de Tobalina y Bascuñuelos. El siguiente pueblo es Cardiñanos, pueblo que nos da paso de nuevo a la línea recta norte. Es aquí donde, por suerte, preguntamos a un andarín conocedor del terreno. Nos informa con detalle, como ninguno lo hizo en todo el camino. Gracias a ello, la ruta que en principio parecía complicada por lo agreste, desconocido y despoblado de la zona, se nos antoja ahora un camino de flores. Nada más lejos. En el primer pueblo, Pedrosa de Tobalina, nos despistamos y nos pasamos el camino que nos debía llevar a Valujera. Esto nos obliga a andar por carretera y de nuevo los pies se nos cuecen sobre el asfalto al sol del mediodía. Por fin una empinada cuesta nos lleva a Valujera. Preguntamos por el camino a Lechedo, y después de un rato de mucho calor, polvo y alguna sombra, llegamos a Lechedo, pueblo este, igual que el anterior, de pocos habitantes en verano y no sé si alguno en invierno.
Acampamos al lado de la iglesia y, antes de comer, hacemos la colada en la fuente y aprovechamos para lavarnos nosotros. Comemos mala comida en una triste porción de sombra que la iglesia nos regala. Después de comer echamos la siesta más calurosa hasta el momento nada más despertar emprendemos viaje una vez recogida la ropa que donde hemos podido hemos tendido.
El siguiente pueblo es Hierro. Lo alcanzamos previa ascensión de unas rampitas muy majas. En la carretera crece el verde lo que nos indica que a excepción del perro, que por cierto no nos ha dejado coger agua en la fuente, y los caballos de raza losina, en el pueblo no deben vivir más de dos personas echando por lo alto. La iglesia del pueblo, con campanillo pero sin campanas, y algunas casas blasonadas son solo el recuerdo de lo que algún día debió ser un pueblo próspero. Hoy, la maleza que crece por doquier y la mayoría de casas abandonadas y ruinosas convierten a Hierro un pueblo bastante tétrico e inquietante.
En Hierro seguro que eramos mayoría
Abandonamos Hierro con algunas dudas sobre el camino a seguir. Ascendemos levemente mientras matamos el rato con juegos absurdos y payasadas varias que nos arrancan carcajadas que en ocasiones nos impiden avanzar. Llegamos a un cruce de caminos, dudamos, pero de nuevo la suerte nos acompaña. Un conductor que por allí pasaba nos indica el camino a Betarres, nuestro destino. Descendemos entre pinares y un nuevo cruce de caminos nos hace dudar, pero tomamos la decisión correcta.
Caballos de raza losina sueltos por el monte
Después de un rato caminando no se ve Betarres por ningún sitio y amenaza tormenta. Por fin lo avistamos a la vuelta de un cruce y aceleramos la marcha. Ya trona y relampaguea, y según entramos en Betarres un cabrón de perro de presa se tira a por nosotros y nos deja helados ¡con la sudada que llevábamos! Gracias a que salieron los amos (que con el perro sumaban la casi la mitad del pueblo), un matrimonio muy amable que pronto se mostró generoso.
Preguntamos por la iglesia para dormir en el pórtico, pero ni había iglesia ni había pórtico. Y aquí empezó lo bueno. Lo que pensábamos que iba a ser una noche pasada por agua y triste embutido envasado al vacío de rancho, se convirtió en todo lo contrario. El matrimonio y el doctor Iriondo (el último de los habitantes que conocimos y quien según nos dijeron tenía fama de ser uno de los mejores cirujanos de Vizcaya), nos ofrecieron una cabañita de madera para dormir, nos dieron de cenar ensalada y fruta fresca por un lado, y por el otro jamón y tres botellitas de Rioja. Acojonante: cuando empezábamos a bien cenar, empezó a llover. ¡Qué placer tan terrible: cenar jamón, beber rioja, ensaladita recién cogida de la huerta, bajo techo mientras llueve y sin esperártelo! ¡así da gusto!
Nos acostamos tan pronto como cenamos pues en el pueblo no había luz, pero entre el calor que hace en la cabaña y el ruido que hacen los zorros rebuscando entre nuestras sobras, poco dormiremos..
Aunque el día ha sido muy duro, ha merecido la pena. Aún queda buena gente por el mundo... A dormir que mañana no va a ser moco de pavo.
continuará.....
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