Día 4: Villasur de Herreros - Cueva Cardiel
Fecha: 31/07/2003
Distancia aproximada: 30 Km.
¡Levántate a 7:30 para salir a las 9! Atravesamos los Montes de Oca mientras la Sierra de la Demanda y el Pantano de Uzquiza nos despiden.
Sierra de la Demanda y Pantano de Uzquiza
El camino se nos hace ameno, tan ameno, que lo perdemos. Tras varias horas de camino entre pinares aparecemos en la cola de un pantano, aunque según nuestras cuentas deberíamos haber llegado al alto de la Pedraja. Para más amolar el pantano no aparece en los mapas por lo que nuevas dudas nos asaltan. Creemos saber donde estamos, pero no estamos seguros de creer que lo que creemos saber sea cierto. Después de varias desandadas, cuesta para arriba cuesta para abajo, intentamos buscar un punto que nos ofrezca amplia panorámica del pantano para poder decidir la forma mas corta de bordearlo. Por fin divisamos al fondo Villafranca Montes de Oca, y después de encontrar la tupida senda que allí nos lleva, la andamos con la comida en la mente y la saliva en la boca.
En Villafranca nos lavamos y hacemos aprovisionamiento en la farmacia. Los boticarios nos confunden con peregrinos del Camino de Santiago, pero nuestro camino es el Norte, no el Oeste.
Comemos en “El pájaro”, de menú lo que nos dan a elegir, nos damos licencia de repetir de agua, de pan y de rebañar el plato. Una vez comidos, echamos la siesta a la sombra de la iglesia con otros peregrinos que sí lo eran. Esta siesta y la noche anterior en el pantano son lo únicos momentos de frescor del viaje.
Salimos con destino a Alcocero de Mola por una carretera que para nada invita al paseo y mucho menos a esas horas. Siendo así, nos desviamos por un camino, y alguno, con ganas de hacerlo bien lo hace mal, y un trecho nos ha tocado andar por unos tupidos aliagares. Llegamos a Villalómez y echamos una cervezas con limón. Continuamos viaje, y en Cueva Cardiel paramos para echar otras, pero algo tenía esa cantina. Roberto, el cantinero, sin más ni más nos ofrece alojamiento gratis tras conocer nuestra historia. Aceptamos su invitación y acertamos de lleno. A precio casi regalado cenamos cangrejos, hongos, callos, unos revueltos ..... vamos, teta de novicia.
Despidiéndonos de Roberto el cantinero
Las instalaciones no daban para mucho, pero sólo su hospitalidad y buena intención bien valen por un cinco estrellas.
Hemos tenido buena velada con Roberto el Cantinero. Nos cuenta que es de Ermua, que llegó al pueblo con un amigo y que se ha quedado a cambio de abrir el bar y disfrutar de la casa en la que vive. Muchas y diversas utilidades le da Roberto tanto al bar como a la casa, y lo mismo te plancha un huevo que te fríe una camisa. Según nos dice, da comidas, hace fiestas y durante una temporada hasta de casa de lenocinio tuvo su hogar. Actividad esta última que tuvo que abandonar, según nos dice, porque andaba muy alterado el pueblo y la guardia civil andaba con la mosca detrás de la oreja.
Antes de dormir, creo que los cuatro cerramos los ojos con la impresión de estar en las casas de nuestras respectivas abuelas.
cotinuará........
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