lunes, 2 de abril de 2012

Día 10 - Andanzas y desandanzas de los cuatro caminantes de Huerta De Rey

“AGUA, AGUA....”
Día 10: Matienzo – Playa de San Julián
Fecha: 06/08/2003
Distancia aproximada: 35 Km.

Cuando hemos salido de Matienzo bien de mañana, hay una niebla que no nos ha gustado ni un pelo. Debemos desandar lo que anduvimos la noche anterior, y llegados al cruce que hay entre La Tolina y Rioseco decidir: si se mantiene la niebla no podemos arriesgarnos a ir por la montaña, si levanta sí. Llegado el momento la niebla se mantiene, así que no nos queda más opción que ir por carretera. No lo deseábamos, eran más kilómetros y encima por carretera, pero que le vas a hacer.

Queremos llegar a comer a Limpias, pero para eso hay que darle mucha zapatilla. Esto lo hemos comprobado a posteriori cuando hemos visto que no hemos llegado. Llegamos a comer a Ampuero después de mucho sufrimiento. Con los pies ya muy resentidos, en ocasiones, se hace insoportable andar por carretera. Se junta todo, las ampollas antiguas, las nuevas, la rigidez del asfalto, el calor sofocante... hemos pasado, quizá, los peores momentos del viaje.

Al mediodía, recorridos unos 25 kilómetros, las penosas circunstancias que nos tocan vivir hacen un poco de mella en nuestros ánimos: es el último día, estamos jodidos, dudamos de si llegaremos o no, pero hay que llegar. A la hora de la comida, en un restaurante de Ampuero, nuestras caras barbadas de diez días son un triste poema pero ¡¡hay que llegar y hay que llegar!! Necesitamos nuestra siesta, esa es la solución.

Buscamos una chopera bien fresca, nos curamos las ampollas, nos dormimos y “bualá”, frescos como una lechuga (o a lo mejor un poco menos) pero recuperados para dar buen fin a nuestra aventura.

Recogemo los bártulos y nos dirigimos a Limpias, desde donde debemos atravesar la montaña que conduce al valle de Liendo, nuestro destino final. Subimos con ímpetu, y antes de que nos demos cuenta hemos hecho nuestra última subida.

Merendamos el último de los bocadillos que traemos desde del Valle de Mena sobre todo para quitar peso, porque hambre no tenemos mucho.


Antes de llegar nuestras caras eran un poema

Por fin en el descenso divisamos el mar. Ahí estaba, esperándonos. Nos hemos echado unas fotitos y hemos bajado a Liendo más felices que las perdices. En Liendo por suerte habíamos conseguido encontrar cama y nos estaba esperando. Nos esperaba la cama, nos esperaba la ducha y sobre todo, nos esperaba el mar.

Cuando hemos llegado a la pensión, dejar las mochilas ha sido casi orgásmico. Nunca mejor dicho ¡qué peso nos hemos quitado de encima!

El dueño de la pensión nos ha debido ver un poco cerditos porque por dos veces nos ha dicho que nos duchemos ya que antes de la media noche cortan el agua. También nos ha dicho, como el resto de los que hemos encontrado por el camino, que no debíamos estar muy bien del tejado. Hubo uno que incluso nos comparó con Don Quijote y nos dijo que este a nuestro lado hacía el ridículo. Menudo piropo.

Nos hemos bebido unas cervecitas con limón, hemos pedido unos bocadillos y nos hemos dirigido al mar, concretamente a la playa de San Julián. Una playita muy cuca, vigilada por dos grandes acantilados a la que se accede descendiendo una retorcida senda.


Playa de Liendo con el mar al fondo

Cuando llegamos está anocheciendo, y mientras oscurece nos vamos quedando solos. Hemos decidido llegar al mar a cuatro patas primero y revolcándonos por la arena después, regocijándonos de nuestro logro, saboreando cada momento, cada detalle...

La noche nos sorprende bañándonos en el mar, el mar que desde el primer día ha sido nuestro objetivo. Está aquí, delante de nosotros y estamos dentro de él.

Una tímida luna se adivina detrás de los acantilados y al fondo los barcos de pesca se delatan con las luces de faena.

FIN

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